La chica sumisa y el cornudo (I)


Ella era licenciada en psicológica y cuando la conocí preparaba el doctorado. Me la había presentado una amiga común porque decía que me veía muy solo, que no daba con la mujer de mis sueños y a ella le pasaba lo mismo porque tampoco encontraba a ese hombre que la hiciera feliz. Podríamos comprendernos y si congeniábamos incluso casarnos. Eso creía ella y por eso me invitó a cenar a su casa.

Marta era morena, de pelo largo y lucía un tipo de avispa, con cintura estrecha un buen culo y unas buenas tetas, aunque no exageradas. La verdad es que cuando la saludé con dos besos en las mejillas no me imaginaba por qué  ella no encontraba a un hombre. Sería muy exigente, me pensé, de esas chicas que buscan al tío perfecto y hasta que no dan con él no paran. 
 O incluso una de esas chicas que si no conocen a su hombre soñado, se quedan solteras. Prefieren la soledad a estar mal acompañadas. Hay mujeres muy selectivas y no comparten su tiempo con cualquiera. Prefieren la soledad. Y probablemente ella sería de éstas porque era culta, educada, ganaba lo suficiente para vivir holgadamente y además era de buena familia.
Todo esto me rumiaba mientras cenábamos y charlábamos de cuestiones intrascendentes, hasta que una vez llegado el momento de la despedida, me ofrecí a acompañarla  acasa. Caminamos por la calle y ya a solas, le expuse mi extraña porque siguiera soltera, sin pareja, siendo, como parecía, una mujer excepcional: inteligente y muy buena. Gracias, me dijo, ella para agradecerme el cumplido, pero me explicó que estaba sola por su propia voluntad, porque había tenido una relación que se había roto y no pensaba mantener otra, ni buscar a otro tío. Estaba todavía enganchad por él. Y no te imaginas cuánto, me explicó.
Me imaginé que él estaba casado y se lo dije, pero ella me explicó que en realidad no lo estaba, pero que como si lo estuviera. Entramos en un pub y tras unas copas nos fuimos sincerando los dos. Yo le comenté que no encontraba a la mujer de mis sueños y ella, que era psicóloga, me dijo que se imagina por qué. 
 Quizás había tenido en la infancia la influencia de una madre dominante y un padre algo más complaciente; que quizás ella me habría castigado y dado unos azotes; que quizás hubiera tenido hermanas mayores y que yo fuera hijo único; que quizás  fantasease con mujeres fuertes…No dije nada y la saqué a bailar. La abracé por la cintura y ella pegó su mejilla a mi mejilla. - ¿Quizás te masturbas pensando en mujeres vestidas de cuero? –me preguntó  al oído.
No contesté, avergonzado, porque había acertado en todo. Y ella lo sabía. Y ella sabía que yo lo sabía, porque bajó mi mano a mi entrepierna y tocó mi polla dura.
¿Quizás estás soltero porque sueñas con ser el esclavo de una mujer dominante y a todas las que les confiesas tus fantasía huyen porque te toman por un enfermo pervertido?

Volvía a acertar. La verdad es que me daba miedo porque parecía conocerme profundamente, hasta lo más recóndito de mi mente, mis deseos y mis fantasías.
- No tengas miedo. No te asustes. Te comprendo porque yo soy igual que tú.

Y entonces me confesó que había estudiado psicología para conocer, para saber más de ella porque desde muy niña tenía fantasía y deseos de ser esclava, sumisa, perra y puta. Su padre dominaba a su madre, que era muy sumisa y lo complacía en todo con placer. Esa situación de su madre le extrañaba, pero también la excitaba. Porque veía a su madre sonreír y ser feliz mientras su padre la dominaba.

Incluso había visto como en su dormitorio él la trabaja como una perra, como una zorra y ella caminaba complacida a cuatro patas mostrándole el coño y suplicándole que la follaran.  Desde su escondite había deseado ser ella, se la dominada por su padre y se masturbaba frecuentemente con esa imagen. Después estudió psicología para conocerse y ahora preparaba el doctorado con una  tesis sobre la “Dominación sexual”. Para realizarla había puesto anuncios en web de Sadomaso, había conocido a varios Amos, a varias sumisas e incluso había iniciado una relación que la había marcado y todavía la marcaba.
- Estoy muy buena, soy guapa e inteligente, pero no te enamores de mí –me advirtió. No quiero hacerte sufrir porque mi cuerpo, mi coño y mi mente pertenece a otro tío.

Me encogí de hombros y me explicó que había conocido a un chico que era muy guapo, un tío bueno de esos por el que todas las chicas suspiran. Un ejecutivo acostumbrado a hacerse obedecer, con deportivo y selecto club al que acudía cuando salía del trabajo. Edra de esos hombres independientes y libres que sólo follan una noche y ya no vuelven a aquedar.  No te llaman jamñas y si tú los llamas no te cogen el teléfono. A no ser qué…
-  ¿A no ser qué? –le pregunté azorado.
-   A no ser que te dejes amar como él quiere, es decir, siendo su sumisa, su perra, su puta. Yo lo fui durante dos años y todavía lo soy.
-  ¿Todavía?
-  Sí, porque tras estar conmigo como su puta zorra, conoció a otra más joven y me dejó apartada.

No lo entendía pero ella me explicó que cuando estaba con él era su puta, su perra y su zorra particular. De él y de sus amigos o de quien él quisiera. Era su puta, de verdad, porque cuando salía de la universidad se iba a su casa, le hacía las labores domésticas y esperaba a que él regresara de rodillas en la puerta, con la boca abierta, para que al entrar el pudiera meter su polla en ella y follársela. 
Después de usarla, de follarla, la mandaba a su casa  y así estuvieron hasta que él encontró a una chica más joven que ella. Él se sinceró y se lo dijo, pero ella insistió en que no la dejara, que no le importaba ser cornuda y que tuviera otras sumisas.  Entonces él le dijo que no podía, que la otra chica ocupaba el primer lugar pero que si quería podía trabajar para él y podría follarla de vez en cuando si acudía a un selecto club del que era socio y propietario. 
Y ella dijo que sí y cuando salía de la Universidad se iba allí con la esperanza de que él estuviera y poder ser follada por él. Estaba muy enamorada y le bastaba con que él le diera una palmada en el culo. Con que la mirara y le hiciera saber que era suya. Marta fue a ese club casi todas las noches; un  club de gente selecta, en el que ella (y otras como ella), era usadas por todos los miembros sin que tuvieran que dar explicaciones.
Cuando llegaba se desnudaba, se ponía una correa al cuello y entraba en el club donde podían sobarla, magrearla, follarla y usarla  de uno en uno o varios juntos y sin tener que dar explicaciones. 
Y tanto hombres como mujeres.  Su Amo podía ir o no ir, quedarse en casa con la nueva sumisa más joven, pero ella  sí acudía junto a otras en su misma situación porque él tenía allí  a dos chicas más, aparte de ella, que eran usadas, azotadas, follada o meadas al gusto de los socios.  Las tres había seguido el mismo camino. Primero novias sumisas y luego, separadas de su vida y enviadas al club si querían ser follada por él. Follada o acriadas en la mejilla. No les importaba con saber que él era su Amo. Que seguía siéndolo.
- Y que siempre lo será hasta que me muera –me aclaró ella. Por eso no te enomeres de mí. Sufrirías y no quiero que lo hagas.
- ¿Y si me gusta sufrir?
- No me extraña porque intuyo que eres muy masoca, como yo, pero las condiciones serían muy duras y no sé si podrías superarlas.
- Explícame esas condiciones, por favor.
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