La chica sumisa y el cornudo (II)

Y ella me dijo que su Amo todavía tenía la llave de su casa, que a veces incluso, se la daba a algún amigo para que viniera a su casa y la follara. La usara. Muchos lo hacían sin ni tan siquiera decir palabra. Entraban, la cogían se la follaban y se iban. También lo hacía los tipos con los que su Amo quería hacer negocios y que acudían al piso para follarla y usarla y así conseguir mejores condiciones en el negocio.
- Esas condiciones todavía existen y existirán, así que si quieres salir conmigo tienes que aceptarlo.

No supe que decirle, pero ella sonrió y yo supe por qué. Cuando me despedí de ella en el portal de su casa  le di un beso en la mejilla y le dije que la llamaría.
- Lo sé. Sé que vas a llamar. Y sé que vas a aceptar todo lo que te diga por muy duro que sea.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque todavía eres peor que yo.

Y sonreí y me fui. Quizás tuviera razón,  me dije mientras llegaba a mi casa y m echaba sobre la cama. Quizás tuviera razón. Quizás tenga razón, me pensé mientras me masturbaba y llegaba a un orgasmo bestial al imaginármela en el club.
No esperé al día siguiente. Esa misma noche la llamé y le dije que aceptaba.
- Si todavía no sabes las condiciones.
- No me importa.
- Ya veremos si lo soportas.

Y entonces me explicó que las otras dos chicas sumisas que estaban con ella en el club, las dos exnovias de su Amo, se habían casado con chicos sumisos que aceptaban su situación. Que lo aceptaban todo.  El club les había buscado chicos sumisos de esos que tanto abundan por Internet y ellas, incluso, habían podido elegir. Que ella no lo había hecho porque prefería estar sola, pero que le atraía la idea de ser switch (BDSM) y dominar a su marido. Porque siendo una buena sumisa sería una excelente Ama.
- Para saber mandar hay que saber obedecer, lo dicen en el ejército.

Y era verdad, porque ella me demostró que sabía mandar, dominar y someter. Porque en los siguientes día fui cumpliendo etapas, aprendiendo y sometiéndome a sus caprichos. Para empezar me había puesto un cinturón de castidad CB-6000 para impedir que me masturbara, no podía tocarla sin su permiso, su coño no podía lamerlo como no hubiera estado antes follado por otra y sus tetas jamás podría tocarlas, besarla o lamerlas. Eran mi fruto prohibido, me dijo. A cambio podía lamerle el culo todo el tiempo que quisiera, siempre que a ella le apeteciera claro.
-    Pero piensa que cuando me lames el culo, me excitas y me dan ganas de follar. Así que te haré más cornudo.

Cornudo. Esa era la palabra. Porque  nos casamos y me convertí en su cornudo sumiso en permanente castidad, con un cinturón cuya llave tenía su Amo. Tenía las dos llaves: la de su casa y la de mi castidad, es decir, la de mi placer  porque sólo era ordeñado por ella, delante de su macho, una vez al mes más o menos mediante el procedimiento de la “masturbación protática” que vacía los testículos pero no provoca orgasmo, por lo que al no sentir el placer seguía estando constantemente excitado, deseando satisfacerme pero sin poder hacerlo. Y por tanto más sumiso. Ella me azotaba delante de su Amo cuando a este no se le ponía dura con objeto de que así se excitara y pudiera usarla y follarla mejor.

Un cornudo que llevaba siempre bragas para que al verme su Amo se sintiera más macho, el macho Alfa y la follara a ella mejor. Un cornudo que asistía  y veía como mi mujer era usada y follada cuando venían los amigos de su Amo con la llave. O  en el mismo club al que la acompaña y donde trabaja de camarero, junto a los maridos de las otras sumisas. Desnudo, con una pajarita en el cuello, unas braguitas tanga y el cinturón de castidad,  y una bandeja en la mano, veía como a mi mujer le metían mano, la sobaban o la follaban, mientras yo les servía las copas a los que me hacían cornudo.

Porque llevaba una chapa colgando en el pecho en el que constaba que era el cornudo de Marta 03. De la perra Marta 03.  Y cuando los clientes cogían a una perra, pongamos que a la perra 05, el marido cornudo 05 de esa perra era el encargado de servirles. Estaba todo muy bien planificado. No había dudas.

Incluso estaba previsto el problema de la descendencia porque con el fin de que las sumisas tuvieran genes de buena calidad, no eran preñadas por los cornudos de sus maridos (machos inferiores), sino por los macho Alfa que tenían allí a sus sumisas. Además a todos ellos les gustaba follar a preñadas, se excitaban haciéndolo y durante el embarazo las sumisas acudían todavía más al club para ser folladas y usadas, aún preñadas. Bueno, mejor aún para ellos, eso decían, porque se obtiene un placer especial follando a la preñada de un cornudo. Eso decían y dicen.

A mi me tocó una noche en la que su Amo quiso tener más hijos (ya tenía varios de varias sumisas),  y además quería follar a mi mujer preñada de su hijo. Así que  tuve que asistir al momento vestido con bragas y el cinturón de castidad,  y además colocarle a él la polla en el coño de mi mujer, además de suplicarle que me preñara a mi mujer. Y varias veces.
-  Por favor préñame a mi mujer y hazme cornudo de por vida. Te lo suplico.

Porque de eso se trataba: de que yo lo criara, lo viera crecer y me recordara constantemente que era un cornudo.  Y eso he hecho estos años. Ahora el  Amo de mi mujer dice que quiere tener otro y por eso le he estado poniendo  a mi mujer un aparato en su vagina que mide la fertilidad y el momento en el que está más favorable para ser preñada.

Hoy es el día más favorable y por eso he llamado a su Amo para que venga a casa a preñarme a la mujer.  Lo de llamarlo es un decir, porque en realidad he tenido que suplicarle, mientras mi mujer, Marta, me azotaba el culo, me llamaba cornudo y me decía lo dura que tenía la polla. O el pito, como ella lo llama.
- Cuando más cornudo te hago y eres, más disfrutas. Sabía que eras masoca, pero no tanto. Me haces muy feliz cariño.
- Te amo –le dije.
- Yo no te amo, pero te he cogido cariño. Ya sabes a quién amo, quién es el amor de mi vida y a quién pertenece mi cuerpo, mi coño y mi mente. Te lo advertí.
- Lo sé, amor mío. Lo sé.
- ¿Te arrepientes?
- No, lo volvería a hacer.
- ¿Te he hecho sufrir?
- Mucho, amor mío.
- Pero, ¿has gozado?
- Si, mi Ama; sí, amor mio.
- Entonces vuelve a llamar a mi Amo y suplícale todavía más  que venga a follar y preñar a tu mujer.  No quiero que se me pasen estos días y no me preñe.  Lo echo de menos. No puedo vivir sin él. Lo sabes.

Y eso hice. Ahora estamos esperándolo. Ella a cuatro patas con el culo en pompa frente a la puerta para que cuando entre la vea ofrecida, expuesta y dispuesta para ser follada. Y  preñada. Y yo desnudo, de rodillas, con el cinturón de castidad, las bragas y con una bandeja con un vaso de whisky escocés. Como a él le gusta.

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